martes, 16 de febrero de 2016

Ex Umbra In Solem (De la oscuridad a la luz)


No recuerdo todo. 
Las cosas sucedieron muy rápido. Ahora estaba con él y era completamente suya, estaba a su total disposición. 

Caminábamos por los corredores de su casa. 
Era una casa con piso de madera y paredes de piedra. Yo estaba completamente desnuda, con un collar en el cuello y del grillete una cadena sujetandome, la cual el llevaba en la mano derecha. 

Mis pies descalzos sentían el frío del suelo. No estaba segura de a dónde me dirigía. Había pensado en escapar, pero sabía que no sería una buena idea. En este lugar él era quien mandaba y, en realidad, nadie sabía quién era él. 

Era todo y nada a la vez, por eso le temía, imponía respeto con tan sólo mirarlo. No podía esperar nada. A partir de hoy todo podría pasar. Yo era su esclava y él mi Amo.

Seguimos caminando un poco más hasta llegar a una puerta. Observé que era una de varias que había en el pasillo. 

¿A caso importaba? Mi amo (como me habían dicho que le debía llamar cuando me había elegido) abrió la puerta y me ordeno que entrara. 

Dentro, el cuarto era pura piedra. No había cama, ni baño. Era un cuarto vacío. Detrás de mí escuchaba los pasos de mi amo, escuchaba como cerraba la puerta con llave y después se acercaba a mí. Lo suficiente, pero no demasiado. Siempre mantenía su distancia.

- Ven aquí, toma la posición de Nadu. Por primera vez escuchaba su voz. Era directa y firme, pero acogedora. Al menos tenía eso. 

Me di la vuelta y sin voltear a verlo a los ojos (porque así me habían dicho que debía tratarlo) pregunte - ¿A qué se refiere, amo?

- Quiero que te arrodilles. 

Tomé un soplo de aire y comencé a hincarme. Las piernas me temblaban y él lo notaba. ¿Cómo no notarlo? Tenía miedo. 

-¿Qué es lo que esperas?

Dejé de titubear un momento y me arrodille frente a él. Con la mirada hacia el suelo y las rodillas un poco separadas. Así como me habían dicho.

- ¿Sabes bien a lo que has venido? 

No, no tenía ni idea. Antes de que me escogiera había estado  buscando información, aprendiendo de otras sumisas, pero jamas llegue a pensar que podría ir mas allá de mis limites, que mi morbosidad podría traerme a este lugar, a sus pies. Debes llamarlo Amo, hablarle con respeto, arrodillarte con las piernas un poco abiertas y las palmas de las manos hacia arriba, agradecer a todo lo que te dé, aceptar sin rechistar, pero sobre todas las cosas, debes obedecer.

Miles de cosas tuve que aprender por que esto es lo que deseaba, me hablaron de el, no podría tener contacto a menos que el me aceptara, no habría charlas, cenas, solo me limitaría a responder si deseaba ser su pertenencia. 

- Si! Quiero ser suya, en el anfiteatro en el que nos encontramos. 

- ¡Responde! 
Su grito me sacó del recuerdo y volteé a verlo a los ojos. Gran error. 

- No me mires a los ojos, solamente contesta a lo que te estoy preguntando. 

- No lo sé, Amo – le respondí agachando la mirada de nuevo. 

- ¿Qué tanto dolor puedes soportar? 

- Nunca me han pegado, Amo – mi voz temblaba al responder. 

Sus preguntas me aterraban, pero no tenía opción. Ahora era de él. 

- ¿A caso esto es lo que aprendiste, estas completamente segura que quieres estar aqui? – dijo mientras me miraba fijamente. 

Me quedé viendo al suelo, temiendo a lo que ocurriría ahora. Me lo habían advertido miles de veces y ahora temblaba de miedo. Miedo de verdad. Aunque durante estos últimos años me aferre a aprender, a disciplinarme, a no tener relaciones insaboras, a servir, anhelaba sentirlo, Pero vivirlo todo de verdad era diferente. 

Sí, me habían entrenado, pero había sido de una forma dulce. Él no era dulce, él esperaba que fuera su esclava y le sirviera como tal. 

- ¡Sleen! (en 4 patas) Me dirigi a el como me lo habia ordenado, solo podía mirar su calzado por la posición en la que me encontraba. Mi amo gritó de nuevo. 

- Levanta la cara. Y de inmediato me tomó del cabello y me abofeteó. En ese momento traté de retroceder. Aunque el golpe no me había dolido tanto, el miedo me mataba. No sabía qué hacer, así que recordé lo que me habían enseñado. 

- Gracias por abofetearme Amo, lo siento mucho. A partir de ahora me comportaré como la esclava que soy. 

¿De verdad había dicho eso? 
Sí, al parecer lo había hecho. Mi cuerpo aún temblaba, pero veía decididamente al suelo, esperando la próxima orden de mi amo. Ahora tenía un amo de verdad y tendría que satisfacerlo de toda forma posible. 
Demonios, y yo que era virgen. 

- Levántate y coloca las manos sobre tu nuca, de espaldas a mí. Abre las piernas. Quiero observarte. 

Me iba a ver. Me iba a dejar completamente expuesta a él. Comencé a darme la vuelta y a poner las manos en la cabeza. No podía perder la forma, debía mantenerme erguida, en una posición perfecta de sumisión. Comenzaba a sudar frío, mi corazón latía más rápido de lo normal. Estaba nerviosa, él me ponía nerviosa. 

Él, ni siquiera sabía su nombre. Ni siquiera había visto su rostro. Al menos aquí estaba segura. Mis pensamientos eran solamente míos, él no podría entrar nunca a mi mente...y yo tampoco a la de él. ¿Qué estaría observando en mi cuerpo? ¿La línea de mi espalda o la redondez de mis pequeñas nalgas? ¿El color vainilla de mi piel o las pequeñas pecas que cubrían un poco de mis hombros? Quizá nada de eso, puede que solo piense en verme dispuesta a él. Que imagine mi cuerpo al moverse para él, de un lado y al otro, permitiéndole usarlo en cualquier momento y de cualquier forma. 

- Bien. Ahora inclínate sin quitar las manos de tu nuca. 

Ni siquiera lo pensé. Ya estaba acostumbrada a obedecer sin pensar. Debía estar viendo mis nalgas y tratando de adivinar cómo sería mi pequeño agujero. Era pequeño y rosado, yo lo sabía, lo había visto miles de veces, pero él no. ¿Me haría exponerme completamente a él? Nunca había pensado que esto podría pasar. De pronto me dieron ganas de llorar. ¿Cómo me quitaría mi virginidad? ¿Me dolería o me cuidaría? ¿Cuántos años tendría el? 

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Miré a la chica a mis pies. Era pequeña, casi diminuta. La había conocido desde que tenía 9 años y estaba en un internado para chicas huérfanas. Sus ojos verdes y su piel clara me habían vuelto loco en ese momento, pero no podíamos hacer nada. Fue entonces que decidí adoptarla y mandarla a un internado en el que le enseñaran a satisfacerme. Ahora estaba frente a mí, inclinada, dejándome verla y tocarla. Apenas tenía 22 años y, tal como lo había pedido, era una chica virgen. 

Noté al mirarle las nalgas, que éstas temblaban ya sea por nervios o emoción. Presté atención a su respiración, era agitada. Definitivamente estaba nerviosa, no importaba. 

Me dispuse a masturbarla para ver cómo se excitaba. Quería que se mojara para mí, sentir sus jugos entre mis dedos. Tenía que empezar a acostumbrarse a mí tacto, a mi presencia. Tenía que saber que haría de todo con ella, lo quisiera o no. 

- ¡Abre más las piernas! 

La chica obedeció de inmediato, abriendo poco más de 10 centímetros las piernas. Era increíble que la chica obedeciera tan rápido, sin dudar ni un segundo. Seguramente sabía lo que me disponía a hacer y de todas formas me dejaba tocarla. Estaba dispuesta a todo con su nuevo amo y ese había sido siempre el plan. 

Acerqué mi mano y comencé a tocarla. Primero con suaves roces que le sacaban suspiros rápidos. Su cuerpo seguía temblando. Después comencé a tocar su pequeño botón. La chica comenzó a suspirar y después, casi inevitablemente, a gemir. 

Sus gemidos me volvían loco. Era el sonido de placer de una niña pequeña. 

Agudos y cortos. Excitantes. Era suficiente. Deje de tocar su botón, cosa que hizo que ella callara de inmediato. Me gustaba. Acerqué mis dedos a su vagina. La sentí humedecerse mientras la acariciaba. Era hora. Hundí uno de mis dedos en ella y de inmediato soltó un grito de...

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Era la primera vez que unos dedos diferentes a los míos tocaban la intimidad de mi sexo,  estaba nerviosa pero él era habilidoso y lograba transformar mis nervios en gozo y en anhelo, ansiaba más de él, un nuevo sentimiento surgía en mi y de repente sentí una punzada, y grite.

Algo habia entrado en mi vagina por primera vez,  queria voltear y ver que era, pero eso sería un grave error, así que me deje llevar por el tacto delicado y furioso del intruso y de repente la punzada se repitio y me sentí doblemente invadida y supe que me penetraba con los dedos.

Mis gemidos se hicieron cada vez más continuos y los espasmos de mi cuerpo eran incontrolables,  cuando pensé que estaba a punto de llegar, sus dedos abandonaron el interior de mi sexo y por un segundo se hizo el silencio. 

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Era perfecta así expuesta para mi,  era el primer hombre en su vida y se le notaba en cada poro de la piel, se sorprendia y se deleitaba sin fingir, sin teatros, era todo verdad, cada movimiento era el reflejo del placer que le estaba causando y del placer que yo mismo estaba sintiendo.

Cuando estaba a punto de correrse me detuve y saque mis dedos de su coño y los levante para mirarlos, estaban empapados y brillaban con su humedad,  no pude evitar la tentación y los lleve hasta mi nariz y aspire su aroma, lo había soñado tantas veces y ahora al fin era mía, sólo mía. 

Lleve un dedo a mi boca y me embriague con su sabor,  deleite sus jugos y me alimente de ella,  y al verla ahi frente a mi, sólo se me ocurrió compatir un poco de mi gozo y acerque el otro dedo a sus labios y los delinee suavemente sintiendo como temblaban ante mi tacto,  era increíble como esta niña reaccionaba ante mí. 

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Me senti asqueada cuando puso un dedo húmedo en mis labios, sentí náuseas y no pude controlar la arcada que surgio desde mi estómago y trepo por mi garganta. 

Supe que estaba en problemas cuando lo escuche reirse y me dijo que era desastroso que me diera asco de mi propia humedad, que una esclava así no servía para nada. 

De inmediato me tomo por el cabello y me lanzo de cara contra un muro,  me ato los tobillos y las muñecas con una especie de grilletes que colgaban de la fria pared y me amordazo con un pañuelo. 

Empezó a acariciar mi cuerpo con sus manos y poco a poco fue apretando más y de pronto lanzo una palmada contra mi nalga izquierda, fue un solo golpe seco pero me sirvió para darme cuenta de que no estaba jugando, iba a torturar mi cuerpo de verdad. 

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Había cambiado de mis manos a una pala amplia, cuando iba por los diez golpes cambie nuevamente a uno de mis instrumentos favoritos, un flogger de cuero con 13 colas que me había comprado la primera vez que la había visto, según el talabartero que me lo vendió, el trece era un número de buena suerte que además marcaba la edad en la cuál las hembras dejaban de ser niñas y se transformaban en mujeres, y está noche esta princesita se convertia en mujer, y no en una mujer cualquiera, sino en mi mujer. 

Empecé los azotes suavemente,  sin presionarla mucho, queria que sintiera que podria aguantar y que perdiera el miedo,  no iba a permitir que la mujer que había elegido para que me sirviera y me acompañara de ahora en adelante sintiera temor al verme,  sólo deseaba que me anhelara tanto como yo a ella, necesitaba que me respetará pero también que me necesitara como yo a ella,  haría todo lo que estuviera a mi alcance para convertirme en su todo y su nada. 

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Había perdido la cuenta sobre los treinta golpes, no sabía bien que me golpeaba cada vez,  estaba como perdida en otro mundo, en mis años de juventud me habían mostrado una y otra vez diversos instrumentos y los habia aprendido de memoria, conocia de bricosado como sabe un pintor de óleos,  pero ahora que cada uno de esos diferentes instrumentos me tocaban no lograba ni siquiera diferenciar en que lugar recibía el azote, había abandonado la habitación y viajaba por un universo paralelo. 

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Por andar imaginando cosas había dejado de observar las reacciones de mi pequeña y de pronto note que ya no se estremecia, ni siquiera parecía respirar agitada, me detuve y me acerqué y note su mirada fija en el muro que tenía en frente. 
Me apresure a desencadenarla y la lleve conmigo junto a la chimenea del fondo y la puse en la alfombra junto a mi y poco a poco empecé a hacerla regresar hasta mi. 

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Debía estar soñando porque aquel hombre perverso que me azotaba había desaparecido y ahora un par de ojos color miel se clavaban profundamente en mi,  mientas unos labios ligeramente gruesos me tranquilizaban con palabras dulces, a la vez fuertes manos recorrían mi espalda, me sentía cómoda aunque algo sorprendida y extremedamente cansada, así que me deje llevar por sus cuidados y me dormi pegada a él, a Mi Amo.

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Era preciosa, y se sentía tan pequeña y frágil en mis brazos,  por primera vez descubrí cuan vulnerable podia ser un ser humano, la acune junto a mi y ella se hizo un ovillito que encajó perfectamente entre mi pecho y mis piernas y se dejó ir,  permitió que la consolara, la cuidara y la acariciara, no hubo miedo en su mirada cuando por fin vio mi  rostro, es más una leve punzada de agradecimiento fue lo que me pareció ver en sus ojitos y la quise aún más en ese instante. 

-Descansa mi niña,  mañana será otro día. ®

Por: Sátiro Demencia y Paulina San Juan (Diamante Negro de SaDe)

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