viernes, 24 de enero de 2020

En escena

Lo que tiene vivirse en un país donde cualquiera se autodenomina artista y vive de ello es que el propio nivel artístico es una puta mierda. Es tan cutre el artisteo como la cultura y no puedo evitar sacar una sonrisa.

Parece que esto no tiene mucho que ver con el BDSM, pero las apariencias engañan. El símil del pop y el BDSM actual, se me antoja muy acertado. Expongamos un escenario donde la representación musical sería como el inmenso abanico del BDSM, desde este momento, música será BDSM y viceversa.

El BDSM, no denominado así en los albores de los tiempos, se sofisticó mucho más rápido que la música. Es algo tan sencillo como comprender que el arte de infringir dolor, la esclavitud y desatar los instintos y depravaciones era francamente más divertido que tocar la lira o un par de tambores con algunas plumas para no lastimarse los deditos.

Con el paso de los siglos y el perfeccionamiento de las torturas, la imposición del poder y la fuerza bruta, se estancaron, y la música empezó a ganar terreno. En Oriente, mucho más civilizados que en Occidente pero tan cafres y animales como nosotros, perfeccionaban artes marciales para someter e inmovilizar los cuerpos de los prisioneros mientras quizá, mujeres adiestradas actuaban y tocaban instrumentos para que los señores feudales disfrutasen de ambos placeres artísticos.

Aquí, lo dejamos todo para crear algunos de los artilugios de tortura más espeluznantes jamás creados por el hombre mientras que por allí suspendían a las mujeres anudadas en cuerdas imposibles. Una vez más Occidente sabía a lo que jugaba, como en una montaña rusa temporal, avanzábamos tan rápido como retrocedíamos. Entonces la música eclosionó, avanzó con un paso tan firme y rápido que rápidamente se impuso a cualquier otra disciplina artística. Hasta qué Europa se convirtió de nuevo en la cuna del arte universal.

Por su parte, el ya denominado BDSM se sumergía en un arte aristocrático y exclusivo pero tan brutal como el que los que el pueblo llano hacía en los rincones más oscuros de su imaginación. A fin de cuentas, la mente humana no hace diferencias en el estatus social para llevar a cabo sus perversiones y sus deseos.

Todo esto suena a bicoca histórica, que poco rigor tiene, simplemente un poco de sentido común. Hoy, aquí, y como siempre en un afán impropio de mí, critico en lo que se ha convertido algo antes maravilloso, exactamente igual que la música.

Pero volvamos a ese escenario, donde y sin que sirva de precedente encontramos la crema artística musical, de antemano mi opinión es clara, la música pop de nueva generación es una puta basura, ponzoña repugnante.

Entiendo ahora que gente como Antonio Orozco se hayan inspirado en los gritos insoportables de los torturados en la Edad Media, por poner un ejemplo porque su voz es lo más parecido al sonido que puede salir de la garganta de alguien a quién le está arrancando las uñas.

¿Y el BDSM?

Lo mismo… es la banda sonora de nuestras vidas actuales, nos venden todo lo que consumimos y cagamos al mismo tiempo y ahora que la moda se ha puesto a la orden del día con poses super perras en reforma, mostrando tetas y culos en cualquier red social para aparentar lo que no se es, ataviados en trajes de Ermenegildo Zegna, con ese aire distraído y distante que nos da por derecho decir cuatro tontadas envueltas en un papel que parece de regalo pero que en realidad es pura mierda.

Así pues, el BDSM se ha llenado de pop, del malo o de Maluma que viene a ser la misma mierda, de usar y tirar, de descargar a mansalva o de enviar un mensaje al 3453 con la palabra AZOTE (espacio) Millenial.

Esta proliferación de nuevo pop y BDSM definitivamente es como sentir que se me cuelga un enanito de los webs.


Sátiro Demencia

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