domingo, 17 de junio de 2018

Mala sangre, mala leche o simplemente un mogul del BDSM





Me fascina cuando la gente  da temas para escribir y descargar en letras, la antipatía que tengo para los “Amos y Señores” de la escena, estos que piensan que lo  que hagan/digan/piensen, es la realidad absoluta del BDSM, algo que me caga, laxa, defeca, excrementa, es que afirmen que nadie más puede saber, exponer, crear, crecer, a excepción de ellos.

Es una verdadera mierda toda esa tan nefasta manera de pensar, por cuestiones como tales, es que la comunidad se ha convertido desde años atrás, en un negocio para muchos, recuerden que la vida es un vaivén interminable y tormentoso de sensaciones y emociones y que mantenerse a flote es una tarea compleja, no es algo que merezca ser reseñado por lo evidente que es. Hay quiénes se creen esta perfección sin admitir de ninguna de las maneras que yerra, de manera habitual y de forma sensible.

En esta selva donde pululan todo tipo de personajes, y donde me incluyo y no excluyo mis extravagancias ni mis pendejaditas que para eso son mías, cada vez se incorporan elementos que amplían el mundillo.

Los puristas, los de la llamada old school, reniegan de esta modernidad, de esta inclusión mamporrera y temporal de muchos. A mí eso me parece hasta bien. Se genera el famoso ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Para eso están los grupitos, los mismos que se tenían en el instituto y luego migraron a la universidad; para los que fueron.

En el trabajo… Nada es diferente pero el comportamiento es el mismo. El de la alabanza y el desprecio, que actúan como un interruptor, clic, clic, según convenga a nuestras necesidades, deseos u ofensas.

Luego las reputaciones, nada más estúpido, pero bien vestido, que corren de boca en boca, de palabra en palabra, sentando cátedra porque quienes no te conocen, pero afirman sin pudor, que eres íntimo hasta en casi cinco generaciones atrás en tu árbol genealógico. Se me dan mal los nombres, no los recuerdo, imagino el esfuerzo en recordar tanta información inservible. Pero pinta bien, son los nuevos recicladores. Cogen la información, la restauran a su antojo y la ponen a la venta con la esperanza de sembrar nuevos atontados y atontadas que puedan limpiarse la baba mientras predican sus sagradas escrituras.
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Me importa bien poco. Lo ajeno me es indiferente porque no es más que un punto de vista. Y yo ya tengo el mío. Las normas, son mías. Las enseño, las explico, las comulgo y luego, las aplico, a rajatabla sin importar lo que eso conlleva en el entorno, solo en la piel y en la mente. Legajos tirados en el suelo que tienen ínfimo valor, todo lo contrario que las extremidades anudadas a mis deseos.

A veces grito, escupo y las obscenidades no son bondad, son varapalos que rompen tímpanos y capilares.

Creo que debemos tener en cuenta que cada uno de nosotros percibe el mundo e interactúa con él de un modo distinto. Esto no es malo, es lo que nos hace seres humanos. Sobre cada tema que encontramos normalmente definimos una postura, que va a variar de intensidad dependiendo de cuánto nos importe o nos chupe un huevo tal cuestión. Cuánto más central para nuestras vidas que sea ese tema, menos vamos a admitir que otras miradas sean válidas. Esto vale para el fútbol, la política, la música o el BDSM.
Tendemos a vernos a nosotros mismos como seres racionales, lógicos, que tienen todos los elementos de juicio para discernir entre una cosa y la otra, y lógicamente el que no comparte nuestra visión lo queremos meter en la categoría de “pseudo”, “burro”, “criminal”, “charlatan” o el epíteto que prefieran. Y cuando caemos en esa, ya no hay diálogo posible. No existe el verdadero compañerismo para crecer y aprender de la mano de otros. No hay un intercambio de ideas y caemos en la descalificación y el agravio.
El tema está en que cuando le endilgamos al otro la categoría de ignorante o malvado, esas otras personas piensan exactamente lo mismo, pero invirtiendo las cualidades; son ellos los pensantes y nosotros los equivocados.
¿Cómo salimos de esta situación que nos impide tratar de entender qué le pasa a esa otra persona que tenemos enfrente y ve estos temas de un modo tan distinto a nosotros? ¿Qué tiene de malo, y qué de bueno, tratar de escuchar al otro para ver qué tiene para decir?
Lo que digo es que estaría bueno tratar de encontrar la forma de conectar con otros. En conversaciones con alguien, puede ayudar que practiquemos disentir con amabilidad. Ser amable no implica obligarnos a acordar con el otro y ceder. Tampoco quiere decir que tengamos que callar nuestra postura para que no se ofenda o para evitar que el otro hable pestes de nosotros.
En relación con los hechos de la realidad, si algunos creemos que un objeto es rojo y otros creen que es verde, hay varias posibilidades. Puede que todos estemos equivocados y que el objeto tenga otro color, puede que nosotros tengamos razón y los otros estén equivocados, o al revés (ellos tienen razón y nosotros no). Incluso puede ser que el objeto sea rojo-verdoso. Pero si no logramos ponernos de acuerdo en cómo es ese hecho de la realidad, ser amable con el otro no implica buscar un punto medio entre nuestras posturas y decir, sólo para no estar en desacuerdo, que el objeto es rojo-verdoso y que así se vuelva irrelevante cuál es el color real. Debemos aceptar que, cuando se trata de hechos, posiblemente algunos estemos equivocados y otros no, y es en estos casos en los que disentir amablemente y argumentar deberían ser parte de nuestra conversación.
Busquemos cómo conversar con personas que piensan distinto o están expuestas a información diferente de la nuestra.
Ser amable sí implica respeto, y una muestra de respeto es, justamente, poder exponer la postura propia y fundamentarla sin extremismos, y escuchar con atención la postura del otro y sus argumentos, incluso si consideramos que nunca podremos ponernos de acuerdo.

Sátiro Demencia

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